¿Has sido acusado/a injustamente, alguna vez? ¿Has sido maltratado/a por tu familia, amigos, jefes....?
¿Has sido perseguido/a por hacer algo bueno?
En estas y otras ocasiones de injusticia, seguramente más de una vez nos hemos visto involucrados.
¡Es una sensación de impotencia tan grande!, parece que no importa la verdad, la injusticia se comete y no podemos hacer nada al respecto, solo, sentir que el mundo está contra nosotros....
Es una mezcla de muchas sensaciones y emociones juntas, casi es imposible de describirlas cuando estás en medio de estas circunstancias.
Te sientes dolido, tu dignidad ha quedado quebrantada, tu palabra puesta en duda, tu integridad es amenazada, piensas que ya no hay salida para ti, que no habrá un mañana.
El autor de este poema, el rey David lo escribió cuando estaba pasando por una situación parecida.
Estaba siendo cruelmente perseguido por sus enemigos, los cuales buscaban su vida para asesinarlo, sus amigos lo traicionaron, y su familia lo menospreció. Parecía que no le había quedado nadie en quien apoyarse, que estaba solo en el mundo y claudicaría.
Pero no es así, la historia se cuenta de otro modo, a pesar de la situación tan terrible por la que estaba pasando, David se aferra a quien sí puede ayudarlo, a quien ha sido su refugio por excelencia, Dios mismo.
Si leemos el poema entero (y lo puedes leer en tu Biblia en el libro de los Salmos, el 94) David está poniendo toda su confianza en Dios, su Señor. No hay nadie más que pueda librarlo, no hay nadie más que pueda consolar su corazón, no hay nadie más que pueda hacerle justicia.
Pues sí, Dios es el juez justo, sus ojos ven todas las injusticias que se cometen en esta tierra y llegará el día cuando Él haga justicia a cada ser humano y con la justicia vendrá la retribución para los injustos, los que obraron maldad y crueldad contra otros.
Nadie podrá librarse ese día, de Dios nadie puede escapar. Cuando vemos las injusticias que se comenten diariamente y que, en muchas ocasiones, son los propios jueces quienes las cometen, llegas a no creer que la justicia sea justa, pero esto no ocurrirá delante de la Corte Suprema del Juez de toda la Tierra.
Tan cierto como que el Sol se levanta cada día al amanecer y se pone al anochecer, un día, El Juez de toda la Tierra vendrá y hará justicia en nuestro mundo tan corrompido por la maldad.
El rey David tenía esa certeza, por eso él pone su confianza en Dios y lo llama mi refugio.
¿Prefieres presentarte ante Dios como culpable ante un Juez o como un hijo suyo en quien puedes confiar? La elección es tuya.
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