viernes, 2 de agosto de 2024


Era un recaudador de impuestos que se vendió al imperio gobernante de su país. Todos los ciudadanos del pueblo lo conocían y lo despreciaban, sus amigos eran los otros recaudadores de impuestos y gente de mala fama que al igual que él, eran despreciados por los habitantes del pueblo, los proscritos.

Se decía así mismo que había tomado esa decisión para mejorar el estado económico de su familia, pero la verdad era que sus padres, al saberlo lo desheredaron, hacían como que no tenían hijo, era un traidor a su pueblo de origen, los padres no querían saber nada de él, no querían que nadie los señalara en el pueblo por tener un hijo traidor.
La figura de recaudador de impuestos te daba mucho, mucho dinero y no solo por lo que te pagaba el estado a quien te habías vendido, que también, pero además, tenías la oportunidad de incrementar los impuestos y quedarte los beneficios. 
Total, ¿a quién le importaba que robase a sus conciudadanos y al estado imperial? Nunca le habían puesto una sanción y la gente noble del pueblo no lo quería, así que, Mateo se hizo muy muy rico.
 
El problema era que por las noches no lograba dormir tranquilo, cada noche la voz de su conciencia lo intranquilizaba susurrándole que lo que estaba haciendo no era correcto, que estaba atrapado en el juego sucio de la codicia, un juego que le estaba corrompiendo el alma, es más, lo tenía atrapado en una cárcel del que no tenía escapatoria.
 
Mateo no era feliz, cuando veía a las familias riendo juntas, yendo juntas a adorar a Dios, se preguntaba por qué él no podía tener eso, pero nuevamente se alzaban delante de él las rejas donde estaba atrapado y era incapaz de salir por sí mismo.
 
Un día, oyó que JESÚS iba a pasar por su pueblo. Este JESÚS, según había oído, decían que era el Mesías, el Salvador. ¿De qué tiene que salvarme? 
Soy libre para ir y venir donde quiero, tengo dinero suficiente para comprar todo lo que deseo, y se olvidó del tema.
 
A media mañana se oyó un tumulto de gente, Mateo miró hacia donde venía el ruido, generalmente el pueblo era ya bastante ruidoso de por sí, pero aquello era diferente, un tropel de gente se arremolinaba en torno a un solo hombre y ese hombre se dirigía directamente ¡hacia él!.
Ese hombre era JESÚS y se puso enfrente de Mateo, lo miró a los ojos y le dijo:¡Sígueme!
Inmediatamente, Mateo ante esa mirada recogió sus cosas, se levantó y llevó a Jesús y sus seguidores a su casa y les hizo un banquete.
 
Aquel día lo recordaría toda su vida, porque, a partir de ese día cambió su existencia. Al creer en JESÚS, el Hijo de Dios como el Salvador de su vida, fue libre de la cárcel de la codicia, por sí mismo nunca hubiera podido ser libre, nunca hubiera podido romper esas rejas que le mantenían atrapado en esa sucia cárcel, pero JESÚS vino a traerle la libertad y Mateo la aceptó y nunca más fue un esclavo.
 
Cada uno de nosotros tiene su propia cárcel, está atrapado entre rejas que no puede romper por él mismo, Mateo estaba atrapado por su codicia, otros por su orgullo, otros por su egoísmo, otros puede ser por su temor a la gente buscando aceptación en los demás, otros.......hay cientos de cárceles en los que puedes estar atrapado. 
Pero hay una buena noticia, JESÚS, vino para liberarnos de nuestras cárceles, JESÚS, vino para darnos la libertad que ninguno de nosotros puede alcanzar por sí mismo.
 
¿Quieres ser libre hoy? Pues habla con JESÚS y pídele ser libre.
 



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